En mi libro 3 de julio: por qué volcó la UTA 3736 y otros enigmas sin resolver, en el que analizo el accidente de metro de 2006 en Valencia, comentó lo que denomino la doble condición de víctimas de las propias víctimas. En España, las víctimas de cualquier desastre (desde asesinatos mediáticos hasta accidente y desastres naturales, pasando por atentados como los de ETA o el 11 de marzo) son doblemente víctimas: por un lado, por la desgracia que les ha "tocado" vivir; por otro lado, son víctimas del juego político.
Saco esto ahora a colación de la sentencia del desastre del Prestige, el petrolero que se hundió frente a las costas gallegas hace once años y cuyo chapapote contaminó todas las playas españolas del Atlántico y el Cantábrico e, incluso, llegó hasta Francia y Portugal. La sentencia viene a resumirse así: El Gobierno lo gestionó todo magníficamente, no hay responsables por lo sucedido y todo fue fruto de la mala suerte y las malas casualidades.
Este mismo resumen puede extenderse a muchos de los últimos desastres ocurrido en España: el accidente de metro de Valencia (2006), el accidente del Yak-42 (2003), el accidente de Spanair (2008), la tragedia del Madrid Arena (2012)... y tantos otros. Todo por culpa de políticos que no dudan en fotografiarse cuando las cosas van bien, pero tapan sus vergüenzas y se esconden cuando todo va mal; y por jueces serviles incapaces de hacer Justicia verdadera.
Miedo me da lo que la Justicia dicte sobre el accidente de tren de este verano en Santiago.
jueves, 14 de noviembre de 2013
Políticos, jueces y desastres (valga la redundancia)
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