En estas últimas semanas han saltado dos casos de corrupción similares, aunque no lo haya sido su seguimiento.
Por un lado tenemos lo de los consejeros de Caja Madrid utilizando tarjetas opacas para gastar el dinero del banco en sus caprichos personales. Los consejeros (del PP, del PSOE, de Izquierda Unida, de Comisiones Obreras y de UGT) pagaban con estas tarjetas desde gastos lujosos de miles de euros diarios hasta gastos más superfluos y cotidianos que apenas pasaban del euro. Estas tarjetas se convirtieron en las tarjetas personales de los consejeros implicados (incluyendo nombres como Miguel Blesa o Rodrigo Rato) que se dedicaron a saquear así la caja, una caja que fue rescatada, no lo olvidemos, con millones de dinero público. Más sangrante es el hecho de que vivieran a todo tren, quemando las tarjetas, mientras a la ciudadanía se apretaba el cinturón hasta más allá del límite, eso cuando no se desahuciaba a esa ciudadanía o se la estafaba con las preferentes.
Por otro lado, el Gobierno valenciano tenía su propia tarjeta opaca, que se llamaba caja fija. Las cajas fijas están presentes en todas las administraciones y funcionan con un hermetismo total, almacenando millones de facturas de las que hasta ahora no se sabía nada. Su coste se estima en 40 millones, aunque hubo años, como en el 2008, en que se gastaba un a media de medio millón de euros al día. En las cajas se almacenan facturas de gastos personales como cenas de sushi por 500 euros, horchata por más de mil euros o 200 euros en encargos de solomillo y marisco. Juan Cotino cargó en la caja que controlaba facturas por coronas de flores por el fallecimiento de familiares de la gente de Cotino, o incluso recibos en Consum y otras tiendas por compras que no llegaban a los cinco euros.
El caso de las cajas fijas valencianas (un mecanismo de pago que se legalizó con Francisco Camps) entronca con la mentalidad de los gobernantes valencianos de que el dinero público es de ellos. Hace unos años ya se levantó cierta polémica cuando se descubrió que los miembros del Gobierno valenciano utilizaban el coche oficial para sus asntos personales, tales como llevar a los hijos al colegio o encargar paellas. Las cajas fijas es una extensión de eso: gastar recursos públicos en asuntos personales.
Ambos casos, las tarjetas opacas de Caja Madrid y las cajas fijas valencianas son también el reflejo de la mentalidad que muchos de los políticos de los principales partidos tienen con respecto al dinero, más si es público. Vivir a todo trapo es muy fácil, si el dinero es de otro.
Y alguno aún se preguntará por qué cada vez más gente confía en Podemos.
miércoles, 29 de octubre de 2014
Sobre cajas fijas y tarjetas opacas: el dinero es mío y hago lo que quiero con él
martes, 28 de octubre de 2014
Podemos da miedo... a quienes tienen mucho que perder
martes, 7 de octubre de 2014
Ébola: la enésima chapuza con la firma de la Marca España
Este verano asistíamos, entre alucinados y sorprendidos, al despliegue de medios que el Gobierno de Mariano Rajoy había preparado en el aeropuerto para traer a España a Miguel Pajares, un misionero español contagiado de Ébola. Con él no se reparó en gastos, al contrario de lo que pasó con otros, como el espeleólogo español Cecilio López, aunque eso es objeto de otro debate. Aquel primer traslado fue, en apariencia tan bien, que el Gobierno español decidió repetir la experiencia con otro misionero contagiado de Ébola, Manuel García Viejo (aunque en esta ocasión no hubo tanta parafernalia). El Gobierno ya tenía lo que quería: un paripé propagandístico que le permitía hacer ver que sabían hacer las cosas (ante su inutilidad para afrontar la crisis económica). Incluso se permitieron sacar pecho y ofrecerse al resto del mundo para dar lecciones. La Marca España levantaba cabeza.