(Vista aérea del aeropuerto de Castellón. En la rotonda de acceso se puede apreciar la construcción de la estatua dedicada a Carlos Fabra por Juan Ripollés.)
El aeropuerto de Castellón se ha convertido en una tremenda paradoja. No tiene permisos de vuelo, por lo que no pueden aterrizar ni despegar aviones (lo que hizo que, el día de su inauguración, el entonces presidente de la Diputación de Castellón, Carlos Fabra, demostrando tener la cara más dura que el cemento, lo calificara como el primer aeropuerto peatonal del mundo). Aún así, el aeropuerto es generador de gastos obscenos, tales como un una paga superior a la del presidente del Gobierno para el director (que recibe ese dinero por no hacer nada), un servicio de hurones y halcones adiestrados por medio millón de euros, unos treinta millones de euros en publicidad, o la estatua dedicada a Fabra (con un coste de unos 300.000 euros).
Pero el aeropuerto no surgió en mitad de la nada por capricho de Fabra (mejor dicho, no surgió de la nada, sólo por capricho de Fabra, de quien, por cierto, se dice que tiene fobia a volar). Y es que el capricho de Fabra incluía, a la sombra del aeropuerto, 40.000 viviendas (la mitad de ellas, en una macrourbanización), unos doce campos de golf repartidos por toda al provincia, y un parque temático para 600.000 turistas. Pero llegó la crisis económica y de todo este megaproyecto sólo se llevó a cabo el aeropuerto (y a medias, porque como ya he dicho, no tiene permisos para aviones).
Es fácil imaginar cómo ha llegado la Comunidad Valenciana a ser la más endeudada de España. La cultura del ladrillo sedujo a todos nuestros gobernantes. El aeropuerto de Fabra es uno de ellos, que se suman a Terra Mítica, la Ciudad de la Luz, la Ciudad de las Artes y las Ciencias y los grandes eventos (Fórmula 1, Copa América de vela, visita de Benedicto XVI, Volvo Ocean Race, Open de tenis, hipica...). Lo difícil es imaginar por qué se sigue votando a esta panda de chorizos que nos gobiernan.
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