Hace unos meses, el periodista (por llamarlo de alguna manera) Eduardo Inda andaba preocupado. El partido Podemos, según decía él (y Eduardo Inda, en lo que se refiere a Podemos, miente más que habla), se financiaba con dinero del régimen iraní que cuelga homosexuales de grúas. Idéntica preocupación comparte el partido ultraderechista Vox, quienes en la campaña de las elecciones andaluzas realizaron un delirante vídeo en el que imaginaban una Andalucía gobernada por Podemos en la que, entre otras cosas, se arrojaba homosexuales desde lo alto de la Giralda. El vídeo de Vox estaba inspirado, sin duda, en esas terribles imágenes de los terroristas de Estado Islámico lanzando homosexuales al vacío desde azoteas.
Tendemos a pensar que la homofobia actual solo existe en el terreno del radicalismo islamista. Y lo que sucede es que en esos ambientes, como la dictadura iraní o las atrocidades de Estado Islámico, es que la homofobia es visible. En nuestra sociedad; en nuestra democrática, civilizada y cristianísima España; en nuestra democrática, civilizada y cristianísima Europa, la homofobia es algo presente pero discreto, oculto y silencioso. Se mata silenciosamente.
Las preocupaciones de la derecha española, de personas como Inda o partidos como Vox, por el destino de los homosexuales en realidad es una pose, un postureo. Y lo digo porque no les veo denunciar con el mismo hincapié la discriminación homofóbica en España y Europa. Y es que la homofobia conviene que esté soterrada para que algunos puedan seguir jugando a demócratas y centristas.
En nuestro país, decenas de jóvenes homosexuales son brutalmente atacados al grito de "maricones". Algunos casos, muy pocos, saltan a los periódicos, pero no merecen siquiera una condena ni un gesto, ni siquiera desde las instituciones. Un suceso más. Importan más otras noticias más intrascendentes.
Según datos oficiales, de los 1.285 delitos contabilizados como delitos de odio en España, el 40% (unos 503) están relacionados con la orientación sexual de la víctima o su identidad de género. Sin embargo, estos datos serían solo la punta del iceberg, ya que, según estima el Observatorio contra la Discriminación de la Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales, el 70% de los agredidos física o verbalmente no denuncia, por miedo o por vergüenza.
¿Desde las instituciones se hace algo? No. Y generalmente lo que se hace es para aumentar esa discriminación. Hace unas semanas, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea avalaba la prohibición de donar sangre a los homosexuales, alegando el riesgo de contagio de enfermedades. Habría que recordar a los magistrados europeos que el riesgo no está en la orientación sexual sino en las prácticas. Además de que los heterosexuales también sufren enfermedades de transmisión sexual y que, en cualquier caso, la sangre donada pasa controles para determinar si porta alguna enfermedad. En cualquier caso, la prohibición de donar sangre es sorprendente (o debería serlo) en una sociedad presumiblemente tan avanzada en temas sociales como nos venden que es la europea. De aquí a empezar a marcar en la vida pública a los homosexuales (quizá con una estrella rosa en la solapa de la chaqueta) solo queda un paso.
En España no nos quedamos atrás. Hace unos días se montó una polémica por las definiciones que de "homosexual" y "heterosexual" daba un libro de texto (de la Editorial SM) de Biología de 3º de la ESO.
Recibiendo esta educación que reciben nuestros chavales, que no nos extrañe que después salgan por las noches con su pandilla a cazar homosexuales y darles brutales palizas.
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