El otro día fui al cine a ver la película Prince of Persia: las arenas del tiempo. Y una vez más, voy a acabar reportando la historia de una impresentable que ya tenía una edad.
Una mujer entra en la sala con la película empezada media hora antes (no sé por qué en los cines no impiden la entrada de gente como hacen en el teatro una vez que la sesión ya ha empezado). La mujer se sienta a dos butacas de donde estoy yo. Lleva una bolsa de plástico (seguramente de las de Mercadona) de la que, ruidosamente, saca algo (supongo que la merienda). En ocasiones, con las escenas más inverosímiles (que hay unas cuantas en la película), se ríe ruidosamente con escepticismo (no sé qué esperaba ver esta mujer en una película de acción y aventuras al estilo Hollywood y basada en un videojuego).
Pero lo grueso llega a diez minutos del final de la película (he de decir que era un cine de sesión doble continua) cuando llegan otra mujer y su marido, que debían ser amigos de la primera mujer. Los dos se sientan junto a ella y las dos mujeres se ponen a hablar. Y no a susurros. Dos mujeres que estaban delante y yo le recriminamos que se ponga a hablar. Se callan pero enseguida vuelven a hablar. Me giro hacia ella y le digo que calle, pero ella se hace la sueca. Hasta que le doy un golpecito en el hombro para llamar su atención y le digo que calle. La mujer, indignada me dice que en esa escena no hay diálogo y yo le digo que la película no acaba hasta que no aparecen los títulos de crédito (a veces, ni entonces). Pero ella sigue indignada, diciendo que a la juventud de hoy en día no se la puede ni tocar (tampoco a los mayores, porque le hubiera soltado un buen mamporro a esta señora). Vamos, que esta mujer aún se creía con la razón hasta que también le recriminaron su actitud las dos mujeres de delante.
-Ahora ya puede hablar -le espeté cuando salió el nombre del director en pantalla.
Y se gira hacia su amiga y dice:
-Pues eso, supongo que ahora sí me dejarán hablar contigo.
Y le digo antes de marcharme de la sala:
-Sí, ahora ya puede hablar, impresentable payasa.
Y me largué de allí más ancho que largo.
Anteriormente: No sabía cómo titular esta entrada para seguir siendo respetuoso, Odio a los putos pijos de mierda.
sábado, 9 de octubre de 2010
Impresentable payasa
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6 comentarios:
Ja, ja, ja... no me he quedado a gusto hasta que he leído lo que le dijiste. Espero que por lo menos lo que te dejaran ver de película te gustara.
Saludos progresistas de Madrid.
A mi más que gracia me ha dado rabia, y es que he empatizado contigo, no soporto a la gente que no sabe estar ni tener esos mínimos de educación. En el colegio, en secundaria, es más entendible que las chavalas (o chavales) de delante no paren de hablar aunque se lo mande el profesor. Hacen mal, pero están en la edad. Sin embargo cuando se trata ya de adultos, no hay excusa... Narices, ¡que estás molestando a la gente! un mínimo de educación. Ayy... que me da rabia, Kurtz.
Esto nos pasa por haber desmantelado la escuela pública...de la II República.
;)
Marcos: Básicamente comenzaron las molestias al final de la película. Aún así, lo suficiente para joder.
Saludos progresistas.
Raúl: Es que da rabia. Y tal como he comentado en otras ocasiones, he tenido más problemas de este tipo con gente mayor que con jóvenes o niños.
Jorge Arbenz: De aquellos barros, estos lodos.
Aún fuiste demasiado comedido (cosa que me suele pasar a mí también). Esa petarda se merecía un buen ridículo en público, que entre tú y varios más la hubiéseis hecho pasar vergüenza con una reprimenda acorde a la situación.
Saludos!
Es que tampoco me gusta montar escenitas.
Saludos.
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